Robert Louis Stevenson. Novelista, poeta, ensayista y… tusitala.

Amigo de Mark Twain y Henry James, tío abuelo de Graham Greene y el tusitala amigo de los aborígenes, Stevenson es el escritor que podría enganchar a tus hijos a la lectura.

Tengo para mi que si los niños y adolescentes no se enganchan de forma rápida, sencilla e indolora a la lectura es porque no les han presentado debidamente a R.L. Stevenson y este es, sin duda alguna, uno de los pecados capitales por los que seremos juzgados y condenados en los libros de historia, eso si quienes han borrado a los clásicos de las lecturas juveniles no echan a la pira de Bradbury, la de los libros que no se leen, también los manuales de historia.

Dicen que a los niños no les gusta leer porque tienen, hoy en día, otros intereses pero quienes nos hemos visto atrapados una y otra vez por la magia de una historia bien contada sabemos que la clave no está en esos otros intereses sino en los propios niños y en los libros, en lograr que cada niño encuentre el libro que le abra en sus emociones y en su cerebro más ventanas que el mismísimo Bill Gates y eso no es tan difícil como a veces nos hacen creer, solo hay que recurrir a los sospechosos habituales, entre los que sin duda estará Stevenson, e indagar un poco en los gustos e intereses del niño al que queremos atraer al mundo de los libros, dar con el libro que lo enganche será entonces (casi) coser y cantar.

Uno de los escritores que debes tener siempre a mano si tratas de lanzar un libro inolvidable a la cabeza de un niño es sin duda Stevenson ¿por qué? Para empezar porque era un magnífico cuentista, de ahí que los aborígenes del Pacífico Sur a los que visitó lo llamaran tusitala (el que cuenta historias); y ahí tenemos otra razón para leer a Stevenson, no solo era un magnífico cuentista sino que vivió una vida rica e intensa, recorrió en ella buena parte del mundo y conoció a personajes tan notables como Mark Twain o Henry James a quienes, además, leía. Lo cierto es que la propia vida de Stevenson es un relato excepcional.

Vale más vivir y morir de una vez, que no languidecer cada día en nuestra habitación bajo el pretexto de preservarnos.

Nació en Edimburgo, era hijo único y su padre era abogado y constructor de faros, un par de profesiones que no tienen mucha relación pero es que en la familia de nuestro Stevenson la ingeniería y la construcción de faros parecía casi genético, además de su padre sus tíos y primos carnales y también algún familiar más lejano fueron todos ellos ingenieros y constructores de faros; las historias entraron pronto en la vida de Stevenson porque era un niño enfermizo, como su madre, y su niñera le relataba historias que acabaron por despertar sus terrores nocturnos, cabe que más debido a la imaginación desbordante del niño que a la oscuridad de las propias historias; además comenzó a asistir a la iglesia desde una edad muy temprana y las lecturas y sermones dominicales entraron así a formar parte de su particular imaginario.

A Stevenson le apasionaban las historias, de ahí que guardara tan buen recuerdo de su niñera, Cummy, durante toda su vida, además empezó a componer sus primeros versos y a hilar sus primeras historias desde muy pequeño, con apenas 5 años (apuntaba maneras…); su infancia fue un entrar y salir de la escuela por razones de salud y gran parte del tiempo recibía clases particulares en casa; su padre respetaba la pasión de Stevenson por escribir (de adolescente no solo escribía historias, también ensayos y poesía) pero trató de arrinconarla en el espacio de los hobbies y que Stevenson siguiera la tradición familiar de la ingeniería y los faros pero sus intentos fueron en vano ¿cómo conseguir que un tusitala deje de serlo? La suya era una misión imposible. Y lo cierto es que debía saberlo porque apoyó a Stevenson en la publicación de su primera novela (una novela que no se vendió como se esperaba, lo que obligó a su padre a comprar un buen número de ejemplares, pues ese era el acuerdo con la editorial).

Ser lo que somos y convertirnos en lo que somos capaces de ser es la única finalidad de la vida.

En su adolescencia Stevenson viajó con su padre aunque más que atraerlo al negocio familiar lo que el padre consiguió fue darle más munición para sus relatos e historias; lo que sí logró fue influir en él para que se matriculara en ingeniería náutica en la universidad de Edimburgo aunque no logró acomodar su cabeza a esos estudios y los cambió por los de derecho, un campo en el que tampoco tuvo gran éxito porque lo que realmente le apasionaba era el estudio de la lengua y contar historias.

Si de niño la salud no lo respetó, menos lo hizo de joven; cuando la tuberculosis dio sus primeras muestras de haber anidado en él se cuidó en lo que pudo y comenzó una serie de fructíferos viajes por Europa huyendo el clima húmedo y frío de su Escocia natal; a la edad de 26 años, en uno de esos viajes, su vida cambió radicalmente.

No pido riquezas, ni esperanzas, ni amor, ni un amigo que me comprenda; todo lo que pido es el cielo sobre mí y un camino a mis pies.

¿A santo de qué el cambio? Se enamoró de una mujer, una americana separada que viajó de regreso a California para tramitar su divorcio y ser libre de casarse con Stevenson; un año más tarde el escritor puso rumbo a América tras los pasos de su querida Fanny Osbourne y se casaron en 1880. Él tenía 30 años. Vivieron felizmente en el Lejano Oeste un tiempo pero el suyo no era un final de cuento… La salud de Stevenson empeoró y volvieron a Europa, primero al Edimburgo natal de Stevenson, después de Davos en Suiza y finalmente se instalaron en Bournemouth, en una finca que les regaló el padre de Stevenson. Ahí pasaron unos 3 años, después se marcharon de regreso a América, esta vez a Nueva York.

Fue entonces cuando Stevenson hizo amistad con Mark Twain y con Henry James (¿te imaginas una tarde cualquiera en Nueva York disfrutando de una merienda con estos tres magos de la palabra?); Stevenon y su esposa viajaron a San Francisco y al Pacífico Sur donde se instalaron con los hijos que Fanny había tenido en su matrimonio anterior y con la madre de Stevenson, por entonces su padre ya había muerto; ese fue el último viaje de Stevenson, que moría en 1894 de una hemorragia cerebral.

Yo no viajo para ir a alguna parte, sino por ir. Por el hecho de viajar. La cuestión es moverse

Nada ni nadie, ni su padre ni su salud endeble, tampoco su gusto excesivo por el alcohol, pudo contener la pasión cuentista de Stevenson; para contar historias era tan natural como para cualquier ser humano el hecho de hablar, además sus relatos no se ciñen a un estilo único, los hay de terror psicológico como El Extraño Caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde y otros de aventuras como La Isla del Tesoro, Secuestrado o La Flecha Negra; en su bibliografía hay novelas y libros de cuentos, poesía, ensayos y otros relatos.

Leer a Stevenson es un placer que atrapa incluso a los lectores jóvenes, especialmente a los lectores jóvenes. La Isla del Tesoro y Secuestrado son dos novelas que incluiríamos, sin dudarlo ni un segundo, en el currículo de la ESO (no diremos en lugar de cuales para no ofender a nadie, lo nuestro es recomendar lecturas, incitar a la lectura…).

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