7 cosas que tal vez no sepas de Mary Shelley y te dejarán a cuadros.
Repasamos algunos detalles poco conocidos de la vida de Mary Shelley que te sorprenderán y te harán comprender mejor cómo llegó a surgir Frankenstein en su cabeza.
Hay aspectos de la vida de Mary Shelley sobre los que han corrido ríos de tinta, aunque en ningún caso tantos como los que ha provocado el monstruo sin nombre de su novela Frankenstein; en cambio, hay otros aspectos que no son tan populares o se comentan como mera anécdota y lo cierto es que resultan muy clarificadores, a veces terriblemente clarificadores, acerca de quién fue realmente Mary Wollstonecraft Godwin Shelley, la hija del filósofo radical y precursor del anarquismo (sino padre de esta corriente política) William Godwin y de una activista en toda regla, Mary Wollstonecraft, defensora de los derechos de la mujer y autora del manifiesto ‘Vincidación de los derechos de la mujer’; fue también primero la amante y después la esposa de Peter Shelley, poeta romántico y discípulo de su padre del que se enamoró perdidamente y con el que se fugó a la edad de 16 años.
Tuvo varios hijos y sólo le sobrevivió uno (de hecho sólo uno superó la infancia), enviudó joven, se relacionó con lo más granado de la sociedad cultural de su tiempo tanto de niña en casa de su padre como después de fugarse con Shelley (la pareja trabó una intensa amistad con Lord Byron, el poeta romántico por excelencia (y un maniático de tomo y lomo)), sufrió las infidelidades de Shelley y su deseo de un matrimonio abierto que no fuera sólo cosa de dos tragándose su amor por el poeta como mejor pudo, echó de menos a su madre casi hasta el dolor físico… todo eso (y más cosas que puedes leer aquí) lo sabemos, pero hay otros aspectos de su vida que resultan impactantes y que explican, en gran medida, su obra y su persona, los repasamos a continuación.
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Aprendió a leer su nombre en la lápida de su madre.
Mary Shelley sólo estuvo en este mundo con su madre 10 días, que fue el tiempo que ésta tardó en morir después del parto convirtiéndose en un mito al calor del que la Shelley creció; visitaba el cementerio casi a diario, cuentan que aprendió a leer su nombre (por entonces Mary Wollstonecraft Godwin) en la lápida que cubría la tumba de su madre y era allí, junto a esta lápida, donde se citaba con Percy Shelley y donde se confesaron su mutuo amor.
Sólo éste detalle de su vida nos hace comprender mejor la oscuridad de sus obras…
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La madrastra de Blancanieves y las hermanastras...
La vida familiar de Mary Shelley sería hoy carne prensa rosa, sino amarilla: su padre, el adalid de los críticos con el matrimonio, no se contentó con desdecirse a sí mismo por la vía de los hechos casándose una vez (con Mary Wollstonecraft) sino que viéndose solo criando a su hija y la media hermana de ésta, hija de un matrimonio anterior de la Wollstonecraft, se casó de nuevo. ¿Bien? Seguimos.
La elegida en cuestión fue Mary Jane Clairmont, una mujer que aportaba dos hijos a la nueva familia Godwin y que no fue bien recibida ni por Mary Shelley ni por el entorno de su padre, la sombra de la primera mujer de Godwin, Mary Wollstonecraft, era alargada… ¿Sí? Hay más.
Si crees que cuando Mary se fugó con Shelley la cosa mejoró… te equivocas: su hermanastra Claire Clairmont actuó de celestina entre ella y Shelley y se fugó con ellos para luego enredarse con Lord Byron y tener una hija con él llamada Allegra (aunque su vida no fue ni corta ni alegre…); además de ‘cargar’ con su hermanastra Mary Shelley tuvo que asimilar no uno sino dos suicidios cercanos a ella y a su todavía amante: el de su media hermana Fanny y el de la primera esposa de Shelley (del que fue culpada porque, como no podía ser de otro modo, Mary era la culpable de que Shelley abandonara a su esposa Harriet y a los dos hijos que tuvo con ella, él era un pobre poeta romántico…).
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Mary, Percy, Lord Byron y el castillo Frankenstein.
Esta anécdota es esencial en la vida literaria de Mary Shelley y también para la literatura universal, baste decir que si no hubiese sucedido probablemente ni el monstruo sin nombre ni el científico que lo creó, Victor Frankenstein, hubieran existido jamás (literariamente hablando, claro).
Mary, que por aquel entonces comenzaba a hacerse llamar Sra Shelley aunque no estaba todavía casada con Percy, viajó con su amante poeta y su hermanastra Claire, ya embarazada de Lord Byron, para reunirse con el ilustre poeta inglés quien llegó a la cita acompañado por John William Polidori. Era verano pero no un verano común sino el que se conoció como el verano que nunca fue.
Las bajas temperaturas y la entrada en erupción de varios volcanes provocó ese año sin verano en Europa, un año triste, gris, frío… que todavía lo fue más junto al lago Ginebra, donde estaba reunido el interesante grupo que nos ocupa en la Villa Diodati.
¿Qué hacer en un verano que tiene tan poco de verano? este grupo de literatos lo tuvo claro, leer y escribir… hasta que Byron tuvo una idea retadora: cada uno de ellos debía escribir una historia de terror.
Estaréis conmigo en que Mary Shelley, que escribió entonces su primera novela titulada Frankenstein, ganó el reto.
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Escribía un diario a cuatro manos con su marido, Percy Shelley.
Mary era hija de escritores, apenas recibió educación reglada y su aprendizaje se basó siempre en la lectura y en su relación con gentes de cabeza bien amueblada ¿el resultado? lo que más y mejor sabía hacer Mary Shelley era leer y escribir, una actividad que compartía con su marido, compartían lecturas, él era además quien leía y corregía los manuscritos de Mary y, en lugar de escribir cada uno un diario (algo habitual en aquella época) compartían uno que escribían a cuatro manos.
Para bien y para mal, su familia lo fue todo en la vida de Mary Shelley no sólo personalmente sino también profesionalmente y para muestra Frankenstein, su primera novela: corregida por Shelley, su marido, y publicada por Godwin, su padre.
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El cuerpo de su hijo William se 'perdió' en un cementerio de Roma.
De los dolores más íntimos y terribles que le tocó sufrir a Mary Shelley el peor de todos fue, sin duda, la muerte de sus hijos que fue prematura, sólo uno de ellos sobrevivió a la infancia pero lo que supuso ya el colmo del desasosiego y el desastre fue la pérdida de los restos de su hijo William.
El pequeño William Shelley falleció a los 3 años de edad y fue enterrado en un cementerio de Roma; cuando Percy Shelley muere ahogado y, por decisión de las autoridades, su cuerpo es cremado, Mary decide que sus cenizas descansen con los restos del pequeño William pero cuando la lápida del niño es retirada lo único que encuentran son los restos de un adulto… se buscó el cuerpo por el cementerio, se revisó documentación… pero los verdaderos restos de William nunca fueron localizados y, de hecho, no está muy claro lo que hay debajo de la lápida que se encuentra en ese mismo cementerio romano en memoria de William y su padre Percy Shelley.
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A veces veía muertos...
A veces veía a sus hijos muertos, a la pequeña Clara, al pequeño William… decía que no eran sueños ni tampoco pesadillas, que los veía y les hablaba, que la reconfortaban….
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Guardaba el corazón de su marido, Percy Shelley, envuelto en un poema.
Ésta es, probablemente, la anécdota más brutal de cuantas conocemos de la vida de Mary Shelley.
Vivían por entonces en Italia y Shelley, amante del mar, los barcos y la navegación, decidió hacerse a la mar a pesar de que amenazaba tormenta; ocurrió lo inevitable, el barco naufragó (pudo ser recuperado pero nunca volvió a navegar) y el cuerpo de Shelley apareció en la costa y, a pesar de los daños sufridos en el mar, fue reconocido por un amigo, Trelawny. Mary Shelley fue informada del hallazgo y de la orden de las autoridades italianas de quemar el cuerpo.
Cuentan, y a saber cuánto hay en ello de verdad y leyenda, que al quemar el cuerpo en la misma playa en la que había sido encontrado, su corazón permanecía intacto y su amigo Trelawny lo rescató de las llamas quemándose incluso sus manos.
En principio Trelawny, o al menos así consta en la biografía de Mary Shelley escrita por Esther Cross, había guardado el corazón para el amigo de Shelley Leigh Hunt pero Mary Shelley lo quiso para sí llegando a arrebatárselo de las manos a Hunt, lo envolvió en las páginas de un poema de Shelley (el titulado Adonais…) y lo guardó como reliquia el resto de su vida.
(Y no, no era la única reliquia que guardaba, tenía otras de sus hijos muertos aunque éstas eran más convencionales (un mechón de pelo, una prenda de ropa…)).