Rebecca.

Que un personaje de título a una novela no es sorprendente, que no se trata del personaje protagonista da la medida de cuán alargada era la sobra de Rebecca…

Daphne du Maurier era la escritora de cabecera de Alfred Hitchcock por historias como la que se cuenta en esta novela; intrigas de las que te enganchan en las primeras páginas y no te sueltan hasta el final, relatos en los que se van dibujando los personajes tanto por sus acciones como por sus pensamientos y, en gran medida, por lo que otros personajes dicen de ellos.

Rebecca es solo un recuerdo, un fantasma, pero su importancia en la historia es tal que su nombre es el que da título a la tercera novela de Daphne du Maurier, una obra intensa y deliciosa a la que Hitchcock no pudo resistirse, la llevó al cine en 1940 con Joan Fontaine y Lawrence Olivier en los papeles protagonistas, el señor y la nueva señora de Winter.

¿Verdad que no se puede estar cuerdo viviendo con el diablo?

Estamos ante un thriller psicológico en el que tratamos de entender a sus protagonistas -el señor y la nueva señora de Winter- del mismo modo que ellos tratan de entenderse el uno otro y a sí mismos con bastante poco éxito; nos encogemos ante la señora Danvers con la misma inquietud con la que lo hace la protagonista de la novela y buscamos pistas en cada línea del texto para descubrir la clave que nos ayude a entender el discurrir de la historia.

La nostalgia y los fantasmas son siempre malos compañeros pero si además se trata de una nostalgia y unos fantasmas ajenos la cosa se complica, si cabe, más. ¡Cómo nos gustan Manderley! ¡Y cuánto lo detestamos! De qué modo adoramos a la nueva señora de Winter y su cuento de hadas hecho realidad (o no) y de qué manera detestamos a ratos su caracter acomplejado. Qué atractivo nos parece el señor de Winter y qué incauto y traicionero a la vez… ¡qué lío! y ¡qué final!.

Había cesado el encanto; el hechizo se había roto. Volvimos a ser dos mortales, dos personas jugando en la playa.

Dicen que esta novela recuerda a la mítica Jane Eyre de Charlotte Brontë y cabe que en algunos aspectos sea así: los paralelismos entre la nueva señora de Winter y Jane son claros, lo son aun más si cabe entre Maxim de Winter y Edward Rochester; y hay más, también podríamos trazar similitudes entre las mansiones en las que suceden los hechos: Thornfield Hall en el caso de Jane Eyre y Manderley en el de Rebecca. Y por supuesto hay también un magnífico paralelismo entre las primeras esposas de los dos protagonistas.

Ahora bien, la existencia de todos estos paralelismos no debe confundirte, ambas historias son diferentes, muy diferentes, empezando porque transcurren en épocas diferentes, podríamos decir, eso sí, que tanto Charlotte Brontë como Daphne du Maurier trabajaron con los mismos ingredientes para creaar recetas diferentes. Y no. No vamos a elegir una ¡nos encantan las dos!.

La felicidad no es un bien que puede atesorarse; es una manera de pensar, un estado de ánimo.

Hay quienes se sorprenden, o se hacen los sorprendidos, cuando actrices como Kate Winslet le hacen un corte de mangas (o dos) a los cánones de belleza que se supone son la llave del éxito pero lo cierto es que esa pelea viene de antiguo: del mismo modo que la Winslet se negó a que el photoshop diera al traste con sus arrugas de cuarentañera o con el exceso de tripa que pudimos ver en una escena subidita de tono de la serie Mare de Easttown, Charlotte Brontë demostró que una mujer insulsa y fea podía ser una magnífica heroína ¿dónde deja eso a la nueva señora de Winter y a Rebecca? tendrás que leer la novela para responder tú mismo a esta pregunta.

Solo un apunte más, si vas a tirar elegir la opción ligera y ver la película antes de leer la novela, no te hagas daño y quédate con Hitchcock, es cine clásico y negro del mejor, mucho mejor que cualquier sucedáneo posterior…

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