Herman Melville no es el hombre que vivió entre caníbales.
Así temía Melville pasar a la historia, como el hombre que vivió entre caníbales; Moby Dick lo salvó de tan aciago destino aunque él murió sin saberlo.
Mientras escribía Moby Dick, a la que se refería entonces como ‘Whale’ (ballena), Melville se carteaba con Nathaniel Hawthorne; no sabemos lo que Hawthorne, el autor de la inolvidable Letra Escarlata, le decía al ballenero por excelencia en sus cartas porque el celo que pusieron tanto Melville como sus herederos en preservar la intimidad del insigne escritor fue tal que se destruyeron muchos documentos, entre ellos las cartas de Hawthorne a Melville; lo que sí sabemos, cosas de la vida, es lo que el propio Melville le decía a Hawthorne porque éste sí que conservó las cartas; resulta imposible no sentirse atraído por la vida de Melville a la vista del contenido de esas cartas porque afirmaba cosas como su temor a pasar a la posteridad como el hombre que vivió entre caníbales (porque sí, vivió entre caníbales…) u otras más profundas como que la verdad es la cosa más tonta bajo el sol; intenta ganarte la vida con la verdad, añadía a modo de lamento. ¿Lamentarse Melville, uno de los mejores escritores americanos de todos los tiempos? Pues sí, y no le faltaban razones pero empecemos por el principio.
Melville nació en lo que hoy podríamos llamar una familia bien tanto en lo económico como en lo social y en lo cultural: sus abuelos, ambos, fueron héroes de guerra y su padre se ganaba divinamente la vida, los Melville vivían bien… aunque entonces no tenían ‘e’, eran los Melvill (curiosidades de la historia…); así vivieron, bien, hasta poco tiempo antes de morir el padre, cuando salieron a la luz las importantes deudas que le acuciaban; le acuciaban tanto que se cuenta incluso que en realidad se volvió loco y se suicidó. Herman Melville tenía entonces apenas 13 años y pasó, de la noche a la mañana, de vivir en una familia bien a vivir en una familia con serios problemas a todos los niveles.
Herman Melville nació en 1819 y podríamos decir que los años 20 del S.XIX fueron sus felices años 20, eso a pesar de haber sufrido lo suyo con la escarlatina; los 30 ya fueron otra cosa, empezaron con la quiebra de su padre, el traslado de la familia de Nueva York a Albany y el abandono de los estudios por parte de Herman. Tenía 18 años cuando embarcó por primera vez, trabajó como profesor tras esa primera navegación (fue de Nueva York a Liverpool) pero, como las cosas no le acababan de ir bien, embarcó de nuevo, esta vez en un ballenero. Ahí empezó a fraguarse su gran novela (entre otras historias) aunque él entonces no lo sabía.
Melville desembarcó, con un marinero amigo, del ballenero en cuestión, el Acushnet, en las islas Marquesas, las mismas islas a las que viajó Robert Louis Stevenson dejando constancia de ese viaje en su libro ‘En los mares del sur’; fue ahí, concretamente en la mayor de las islas del archipiélago, Nuku Hiva, donde Melville y su compañero se encontraron con los taipi, una tribu de caníbales, eso sí, no formaron parte del menú sino que fueron vendidos a un barco ballenero que buscaba marineros, el Lucy Ann.
No creas que terminaron ahí las aventuras y desventuras de Melville por los mares del sur, hubo más; del Lucy Ann fue desembarcado por haber provocado un motín a bordo y dio con sus huesos en una cárcel de Tahití convirtiéndose después de ser liberado en poco más que un vagabundo.
Su regreso al mundo civilizado lo emprendió a bordo de otro ballenero, el Charles and Henry, del que desembarcó en la isla hawaiana de Maui; fue su penúltima parada antes de llegar finalmente a Boston tras casi 4 años de aventuras marineras e isleñas que marcarían no solo su vida personal sino muy especialmente su vida literaria, una vida que empezó, precisamente, tras desembarcar en Boston.
Y es que Melville no tenía entonces forma ni manera de ganarse la vida en tierra, su situación era peor si cabe que antes de embarcar en el Acushnet, pero descubrió que sus aventuras y desventuras por los mares del sur resultaban la mar de atractivas (nunca mejor dicho…) y decidió escribirlas. Taipi, que era el nombre de la tribu de caníbales con la que convivió, es también el nombre de su primer y exitoso relato, el que llegó a temer que acabar por hacerle pasar a la historia como ‘el hombre que vivió con los caníbales’.
Un año después de la publicación de Taipi Melville se casó y se casó bien, con la hija de un juez de Boston, Elizabeth Knapp Shaw, con la que tuvo cuatro hijos; lo que Melville no sabía entonces (y casi mejor que no lo supiera…) es que tanto su vida personal como la literaria estarían plagadas de sinsabores: en lo literario baste decir que, a pesar del éxito de Taipi y de algunos relatos posteriores, Melville no gozó de gran reconocimiento en su época, es más, el gran éxito de Moby Dick no llegó con su publicación, ni tan siquiera en vida de Melville sino que el escritor llevaba ya varias décadas criando malvas cuando el mundo descubrió la grandeza de esa novela; en lo personal no se nos ocurre mayor drama que abrir la puerta de una habitación y descubrir el cuerpo muerto de tu hijo en el suelo tras haberse pegado un tiro… y Melville pasó por ello; para colmo de males no fue Malcom el único hijo al que tuvo que enterrar, Melville sobrevivió a tres de sus cuatro hijos.
Tras el éxito de Taipi y su secuela, Omoo, Melville ya no escribió nada que, en su época, conquistara al público; tal vez fuera porque le gustaba experimentar, porque fue en cierta medida y salvando las distancias un precursor del modernismo literario al que solo Hawthorne parecía entender (o al menos lo intentaba); ante su incontestable fracaso profesional, Melville volvió a viajar, primero por cuenta de su suegro que le costó un viaje por Europa y Tierra Santa y después por su cuenta a bordo de un clipper con uno de sus hermanos; siguió escribiendo, especialmente poesía, pero su poco éxito le obligó a aceptar un puesto en las aduanas de Nueva York para sostenerse económicamente… y para librar a su familia de su constante presencia en casa porque por entonces estaba medio alcoholizado e inestable emocionalmente por sus fracasos literarios.
Curiosamente Melville se desempeñó bien en ese puesto aduanero aunque el hecho de que lo mantuviera durante casi 20 años a pesar de ser un cargo de libre designación (cargo político…) tuvo poco que ver con ello y sí con su literatura: fue un funcionario de alto rango quien, siendo un admirador de las novelas y relatos de Melville, lo protegió durante todos esos años… Ese funcionario llegaría a ser presidente de EE.UU. número 21: Chester Alan Arthur. Visto así, su literatura lo salvó aunque lo privó de la gloria en vida, gloria que hoy acompaña a su nombre.
Melville pudo pasar sus últimos años con cierto bienestar económico gracias a una herencia que recibió y administró su esposa pero su muerte pasó tan desapercibida en su época como sus últimos años de existencia, el gran reconocimiento de Moby Dick, publicada en 1850, no llegaría hasta bien avanzado el S.XX, tras el éxito de las corrientes modernistas desde las que resulta más fácil comprender a Melville.