Hemingway contra Fitzgerald y otros chicos del montón…
Hemingway no tenía amigos escritores, tenía rivales y por eso acabó con todos como el rosario de la aurora.
Ríos de tinta han corrido sobre la turbulenta amistad de Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, ríos de tinta que comenzaron ellos mismos diciéndose a la cara y a la carta algunas cosas y por la espalda en cartas a otros algunas cosas más, eso sin mencionar los capítulos dedicados a Fitzgerald por Hemingway en París era una fiesta o la mención a modo de puñalada trapera que de él hizo en el cuento Las Nieves del Kilimanjaro.
Lo interesante del asunto, además de conocer a este par de genios a través de la amistad que los unió hasta que acabó hecha añicos primero y polvo después cuando Hemingway no dudó en pisotear la tumba de un Fitzgerald ya muerto en lo personal y cada vez más vivo en lo literario, es descubrir que a su alrededor latían otros genios literarios que son historia viva de lo mejor que ha dado la literatura en lengua inglesa ¿de quiénes hablamos? de John Dospasos, de Edith Warthon, de Virginia Woolf, de Tom Wolfe, de Sinclair Lewis…
A continuación vamos a contaros algunos hechos ocurridos entre los escritores que, ya fuera personal o literariamente, tuvieron relación con Hemingway, el escritor de la naturaleza más imponente y Fitzgerald, el recreador de la era del jazz, anécdotas en relación con nuestros dos gigantes, claro, Hemingway y Fitzgerald; el primero es el del viejo y el mar, el segundo el de El Gran Gatsby, dos grandísimos escritores que se amaban y se odiaban, se admiraban, se envidiaban, se apoyaban (a ratos) y que llegaron, de algún modo, a detestarse… (más Hemingway a Fitzgerald que viceversa, todo hay que decirlo, de hecho por eso el libro que cuenta la historia de su ¿amistad? se titula Hemingway contra Fitzgerald, y no viceversa).
Las anécdotas más brutales tienen que ver, por parte de Fitzgerald, con su manía de humillarse a golpe de borrachera primero y a golpe de disculpa después y por parte de Hemingway… a golpes incluso de pecho.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que cuando Hemingway y Fitzgerald se conocieron el primero era todavía un escritor desconocido mientras que el segundo gozaba ya de gran fama literaria; el éxito de Hemingway coincidió con el declive de Fitzgerald y, curiosamente, cuando llegó el declive de Hemingway, con Fizgerald ya muerto, se vivía una resugir del escritor de la época del jazz, un reconocimiento póstumo a su literatura más allá de su persona (cosa que gustó poco a Hemingway).
Uno de los testigos más directos de la relación de Hemingway y Fitzgerald fue John Dospasos, quien mantuvo una relación de amistad con Hemingway durante años, una relación que acabó hecha añicos ¿la razón? Cuentan que la razón fue la reacción de ambos al asesinato del intelectual español José Robles, Dos Pasos lo lamentó profundamente y se alejó del comunismo porque se sabía entonces que Stalin estaba detrás de aquel asesinato; Hemingway, a pesar de ser tan amigo de Robles como Dos Pasos, no sólo no lamentó abiertamente su lamento por la muerte de Robles sino que acabó de acusar a Dos Pasos de haberse escorado a la derecha.
Tom Wolfe fue otro de los que también estuvo allí, aunque no tan cerca, eso sí, lo suficiente para ser también objeto de la ira de Hemingway incluso con él, Wolfe, estaba ya muerto, así hablaba de él Hemingway en una carta al editor Scribner: ‘era una rata de biblioteca y un gigante glandular con los sesos y los redaños de tres ratoncitos‘.
No hay constancia de que ni Hemingway ni Fitzgerald se reunieran con Virgina Woolf pero sí del hecho de que a la escritora británica, y respetada editora, no le parecía gran cosa lo que publicaba Hemingway… razón por la que él la incluyó en su particular lista negra despreciándola como una señora del grupo ‘ese’ de Bloomsbury.
Lo de Fitzgerald con Edith Wharton es para contarlo (no no… pero lo haremos de todos modos): al parecer el bueno de Fitzgerald se enteró de que la Wharton estaba en las oficinas de su editor y allí que se plantó, rodilla en tierra, poniéndose a los pies y al servicio de la escritora en una escena que fue definida como absolutamente ridícula.
Claro que todo esto es historia, son historias personales de escritores que tienen su gracia y satisfacen nuestra curiosidad pero que dejan indemne su ser como escritores, salvo en el caso de Hemingway porque, como decíamos en la apertura de este artículo, se despachó a gusto en una de sus novelas más populares: París era una fiesta.
Lo que hace Hemingway a lo largo de dos capítulos de esa novela, obra dedicada a contar sus años felices en París (y en Europa) antes de ponerle los cuernos a su mujer y dejarla plantada y con un hijo, es jugar a echar una de cal y otra de arena, reconocer la magnificencia de Fitzgerald por obras como el Gran Gatsby y acto seguido soltar una pulla o dos, muchas de ellas relacionadas con Zelda, el amor de la vida de Fitzgerald, una mujer compleja e inestable que lo desequilibraba también a él (no, como en el caso de Hemingway, tenía sus propios fantasmas internos).
Visto como vivieron y acabaron sus días tanto Hemingway como Fitzgerald, resulta fácil ver la mala uva que Hemingway gastó con Fitzgerald; no es que el otro fuera un santo, tenía sus traumas y complejos y los celos de su mujer (que eran más profesionales que personales) y el desequilibrio que la llevó a acabar ingresada en un hospital psiquiátrico no ayudaron pero, hasta donde sabemos, Fitzgerald no era un lanzador cuchillos ni pullas, bastante tenía con sus complejos y con la complejidad de su vida para ver más allá de sí; en cambio Hemingway manejaba mejor sus complejos (salvo aquello de que dudasen de su virilidad, de hecho prefería pasar por homófobo ¿por qué? ¡¿quién sabe?! Aunque probablemente tuviera que ver con el hecho de que su madre lo vistió como una niña hasta los 4 o 5 años, no porque pensara que era trans (no os confundáis…) sino porque era habitual entonces vestir igual a niños y niñas durante su primer año de vida y ella optó por alargar el asunto; la relación que mantuvo su madre con una alumna a la que daba clases de canto también fue más de lo que Ernest pudo soportar, de hecho llegó a pensar que su madre era en realidad quien había castrado a su padre pero lo cierto es que él era un tipo depresivo con tendencia al suicidio con o sin su señora esposa); su amor propio era notable, también su ambición y su capacidad para ofenderse ante una crítica (que se lo digan a ‘aquella señor adel grupo ‘ese’ de Bloomsbury), de ahí que él sí fuera un lanzador de cuchillos y pullas (para muestra los capítulos de París era una fiesta dedicados a Fitzgerald).
Hemingway era una fuerza de la naturaleza y Fitzgerald el chico de la era del jazz, el primero aguantaba divinamente el alcohol, el segundo hacía el ridículo a la primera copa (aunque los dos acabaron sus días como alcohólicos), ambos tuvieron infancias difíciles y relaciones complejas (por no decir malas) con sus madres, la de Fitzgerald era una madre extremadamente protectora de las que asfixian la vida de los hijos mientras la de Hemingway era una mujer poderosa y dominante que también logró amargar la existencia al menos a su hijo Ernest; en cuanto a los padres, Fitzgerald decía del suyo que era imbécil y el de Hemingway era un defensor de la disciplina hasta el castigo corporal en educación, eso además de ser un enfermo mental que acabó suicidándose. El resultado es que ninguno de los dos, ni Hemingway ni Fitzgerald, hubieran firmado eso de que la patria de un hombre es su infancia, ellos lucharon por enterrar y olvidar la suya.
Ya en la edad adulta, cada uno en su estilo y con sus cosas, hicieron de la destrucción parte esencial de su mundo pero con una gran diferencia entre ambos: Fitzgerald era autodestructivo, Hemingway era destructivo… tanto que destruyó su amistad con Fitzgerald y con otros muchos escritores con los que había mantenido buenas relaciones como John Dos Pasos o Tom Wolfe ¿por qué lo hizo? La razón de fondo que parece explicarlo es el empeño de Hemingway en considerar rivales a cualquier escritor que tuviese el más mínimo éxito y que pudiera, por tanto, hacerle sombra; curiosamente, aunque consideremos a Fitzgerald el autodestructivo y a Hemingway el destructivo, el mayor acto de autodestrucción lo acometió Hemingway cuando se pegó un tiro.
Lo cierto es que la vida de Fitzgerald y Hemingway da para una novela que ninguno de los dos escribió, afortunadamente ambos escribieron novelas y relatos que están muy por encima de su vil ser mortal…