Palabra de Rudyard Kipling.
Poeta y contador de historias, a Kipling hay que leerlo prestando atención a las lecciones de vida que nos regala.
Rudyard Kipling no sólo fue un magnífico escritor sino también un hombre de gran cultura y profundos pensamientos, un tipo que vivió viajando y viajó para vivir, que conoció Europa, Asia, África y América, que navegó y olió cada lugar que visitó porque, según pensaba, un lugar comienza a conocerse por sus aromas. Fue un hombre con los pies en el suelo y la cabeza en las letras, uno que miraba y pensaba, leía, se cultivaba y opinaba. Y por eso, porque le sobraba tanta sabiduría como talento, recordar sus palabras es zambullirnos en un mundo de ideas que se presentan como lecciones de vida.
Hombre complejo y a veces incomprensible en sus acciones, con un punto estoico como buen victoriano y con el alma y el corazón británicos; conoció su país de origen (el natal de sus padres) a la edad de seis años pero se enamoró de él, de hecho llegó a él amándolo de antemano porque, aunque nació y vivió hasta los 6 años en la India, creció en un ambiente puramente británico; y después de sus años de estudiantes en Inglaterra, de su vuelta a la India y de sus mil viajes, nada cambió, mantuvo siempre la lealtad a la que consideraba su tierra, su Gran Bretaña.
Defensor del storytelling antes de que fuera tendencia, poeta empedernido, viajero incansable y hombre de rotundo sentido común, sus frases son sugerencias y también sentencias, son consejos si los quieres y son una breve muestra, casi un haiku, de la maestría literaria del primer escritor británico en ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura, el indio Rudyard Kipling.