Thomas Hardy, el escritor victoriano que yace sin corazón.

Thomas Hardy era un enamoradizo hombre de campo que escandalizó a la sociedad de su tiempo con sus novelas. Y cuyo corazón fue enterrado lejos de su cuerpo…

Cuando pensamos en novelas inglesas solemos pensar en Dickens, en George Eliot, en Jane Austen, en las hermanas Brontë… y solo al final de la lista, y no siempre, cabe que nos acordemos de Thomas Hardy, cosa que resulta difícil de justificar una vez has disfrutado de sus obras; su trabajo, a pesar de ser tan de la época victoriana como Dickens, George Eliot o las Brontë y de lucir el ineludible sello de la época, es diferente porque él era un escritor diferente, porque a él no le preocupaba lo mismo que a las Brontë o a Dickens o a Eliot aunque fuese tan crítico con la sociedad victoriana como todos ellos.

Hardy nos traslada a la campiña inglesa, alejándose de los suburbios urbanos de Dickens, y nos hace vivir entre agricultores, comerciantes de grano, heno, semillas, carpinteros… distanciándose de las aristocráticas familias rurales de las Brontë o Eliot; y en ese mundo rural y humano dibuja personajes fatalistas, rendidos a su destino; son sus héroes caídos, sus protagonistas, cuyo ser oscuro contrasta con otros personajes que parecen vivir por encima o por debajo de sus circunstancias e incluso en ocasiones desdibujándose en ellas. Hardy no es un Walt Disney de la literatura como lo es Dickens (salvando las distancias, claro está), él no escribe para provocar cambios sociales como hace Dickens, no piensa en transformar el mundo sino en que el mundo se conozca y se deje de sueños vacuos… Pero no ahondemos ahora en la obra de Hardy sino en él mismo ¿quién fue Thomas Hardy?.

Cuando era rico no necesitaba lo que podía procurarme y ahora que soy pobre no puedo procurarme lo que necesito.

Thomas Hardy nació en Higher Bockhampton, al suroeste de Inglaterra y en una familia relativamente acomodada, su padre era constructor y su madre una mujer de cierta cultura; fue un niño frágil, amante de los animales, la naturaleza y la música, también un apasionado de la lectura; tanto fue así que, a pesar de que su formación oficial no lo llevó a la universidad por falta de una economía que lo soportase, siguió estudiando latín y griego, leyendo a los viejos y a los nuevos clásicos y poniendo a prueba su saber en serios debates intelectuales; había trabajado como aprendiz a las órdenes de un arquitecto y, con intención de continuar su desempeño profesional en esa línea, se plantó en Londres pero lo que sucedió es que comenzó su carrera como escritor, una carrera que arrancó a trompicones porque, como le sucedería a DH Lawrence, el estilo de Hardy y las historias que contaba eran demasiado para la encorsetada sociedad victoriana; además, su familia lo prefería como arquitecto antes que como escritor y no sería hasta que conoció a Emma, con quien se casó, que se sentiría plenamente apoyado para dedicarse a las letras.

La ciudad no es para mi, debió pensar Hardy, aunque le gustaba Londres, y se trasladó al campo volviendo por donde había venido; allí no solo escribió sus novelas y poemas más exitosas sino que encontró en ese entorno el paisaje perfecto para las historias que quería contar; se casó dos veces, enamorado ambas aunque cabe poner su enamoramiento en entredicho: su primer matrimonio se agrió pronto, concretamente dos años después de haberse formalizado, porque nuestro Hardy resultó ser un tanto mujeriego… mujeriego a su manera porque cuernos, lo que se dice cuernos, su mujer no los llevó hasta el final de su matrimonio y es que las infidelidades de Hardy eran como los amores imposibles, platónicas (mucho coqueteo, mucho mirar y sonreír, mucho soñar, mucho flirtear pero, a la hora de la verdad, nada); Emma y Thomas, instalados en Max Gate, una casa diseñada por el propio Hardy, vivieron juntos pero no revueltos, distanciándose cada vez más, respetándose cada vez menos pero, de algún modo, necesitándose y soportándose.

De todas las infidelidades platónicas de las que disfrutó Hardy hubo dos que resultaron especialmente dolorosas para Emma, su mujer: la primera porque hubo un momento en el que pudo haber sido algo más, no lo fue porque la dama en cuestión, Florence Henniker, no quiso; y la segunda porque, hasta donde sabemos, no fue una infidelidad platónica sino completa… De hecho, tras la muerte de su esposa y de un duelo que merece toda nuestra atención (se la concederemos más adelante), Hardy se casó con la que fuera hasta entonces su secretaria y cabe que su amante, Florence Dugdale, 39 años más joven que él y, hasta donde podemos saber, su matrimonio fue… apasionado, muy apasionado.

Había aprendido la lección de la renuncia y estaba tan familiarizada con el naufragio de los deseos cotidianos como con el ponerse el sol de cada día.

Antes de eso, Hardy vivió tiempos buenos en lo literario, no solo escribía y publicaba con éxito en Inglaterra sino que su obra llegaba a Estados Unidos; comenzó a tener además mayor presencia en los círculos culturales de su época y, como contrapartida, su matrimonio se iba agriando porque en la medida que el mundo le prestaba más atención, él prestaba menos atención a su mujer…

Sucedió que sus dos últimas novelas, Tess de los D’Uberville y Jude el Oscuro, fueron más polémicas que exitosas porque Hardy osó incluir en la primera la descripción de una violación y en la segunda el suicidio de un niño además de una profunda crítica a la iglesia; la polémica, como sucede habitualmente, vino acompañando al éxito, mezclada con él, pero Hardy descubrió que si la ciudad y la fidelidad no eran para él, las críticas aceradas tampoco. Dejó de escribir novelas. De ahí en adelante se dedicó exclusivamente a la poesía que, dicho sea de paso, siempre le había gustado más.

En ese momento de su vida su matrimonio ya había hecho aguas, su mujer ya había dicho aquello de que Hardy sólo entendía a las mujeres que se inventaba; de hecho en esa época Hardy viajaba por Europa más de lo que estaba en Inglaterra y, cuando estaba en casa, se encerraba en sus dependencias pero, curiosamente, quién sabe si por remordimiento o por cualquier otra razón, Hardy sintió profundamente la muerte de su esposa, tanto fue así que su mejor poesía es la que escribió en recuerdo de su mujer y haciendo examen de conciencia acerca de su matrimonio; además, a modo de viaje a un pasado irrecuperable, tras morir su esposa recorrió los lugares de Cornualles en los que la conoció, en los que vivieron su noviazgo y sus dos años felices de matrimonio. Claro que un alma enamoradiza como la suya no iba a estar de penitencia eternamente, menos cuando Florence Dugdale ya formaba parte de su vida. Se casaron a pesar de la diferencia de edad y cuentan las crónicas de la época que fueron felices… (a su apasionada manera).

La felicidad no es sino un episodio ocasional del drama general del dolor.

En 1928 fue a Hardy a quien le tocó despedirse del mundo y llegó el lío: ¿dónde enterrarlo? Dicen que en España enterramos muy bien pero en lo que tiene que ver con Hardy Inglaterra también quiso ser justa y ahí fue donde surgió el problema: como gran escritor inglés, su lugar de descanso eterno debía ser el Poet’s Corner de la Abadía de Westminster pero resulta que el bueno de Hardy había dejado dicho que quería ser enterrado en el cementerio de Stinsford, junto a su primera mujer y cerca de sus padres.

Florence, su segunda esposa, insistió en que se cumplieran los deseos de Hardy pero la Inglaterra que ya no era victoriana estaba empeñada en enterrar al escritor como correspondía a los grandes de la literatura en inglés, quien sabe si como acto de liberación del encorsetado victorianismo… ¿Qué sucedió al final? Aquello de partir al niño por la mitad ¿recuerdan la parábola? Pues algo así… Se decidió extraer el corazón de Hardy y enterrarlo junto a su esposa e incinerar el resto del cuerpo para enterrarlo en Westminster, en una ceremonia que fue más que vistosa: Kipling y Bernard Shaw portaron su féretro y lo más granado de la sociedad de su época estuvo allí.

Visto así decir que yace sin corazón es más una concesión literaria que otra cosa porque yacer, lo que se dice yacer, no yace, yacen si acaso sus cenizas y quién sabe si su corazón porque circulan por ahí historias oscuras acerca de lo que sucedió con él entre las horas que pasaron desde que fue extraído del pecho de Hardy y enterrado en Stinsford… pero no ahondaremos en habladurías. Dejemos a Hardy descansar en paz y disfrutemos de tanto y tan bueno como dejó escrito.

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*Las tres citas incluidas en este textos han sido extraídas de El Alcalde de Casterbridge.

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