Matar a un ruiseñor o la realidad del racismo, la justicia y la educación.

Matar a un ruiseñor es una novela para disfrutar leyendo… y pensando, reflexionando y aprendiendo a través de la historia que nos cuenta Nelle Harper Lee.

De Matar a un Ruiseñor podríamos decir que es una novela de tintes autobiográficos, una novela de crecimiento (Bildungsroman), un alegato contra el racismo y en defensa de una sociedad más igualitaria y justa, o una intensa crítica de la sociedad blanca y sureña; todas estas afirmaciones son ciertas pero ninguna lo es por sí misma, es decir, son ciertas todas ellas en su conjunto.

Es una novela de tintes autobiográficos porque está ambientada en un pueblo como el pueblo natal de Nelle Harper Lee, porque el padre de la autora era abogado y defendió a dos hombres negros como el abogado que protagoniza la novela, porque la hija de ese abogado, nuestra escritora, asistía a algunos de los juicios de su padre, porque iba al colegio caminando desde su casa… Si quieres conocer a Nelle Harper Lee no tienes más que leer Matar a un Ruiseñor prestando especial atención a Scout, eso sí, teniendo en cuenta que no tuvo y hermano sino cuatro y que quien la acompañaba a los juicios no era uno de esos hermanos sino su vecino y amigo… Truman Capote, que en la novela sería Jem. No es una novela autobiográfica como tal pero sí tiene importantes vínculos con la vida de la escritora y el lugar del mundo en que creció.

No sabía mas que lo que recogía leyendo todo lo que, en casa, caía en mis manos pero a medida que iba avanzando (…) por la noria del sistema escolar del Condado de Maycomb, no podía evitar la impresión de que me estafaban algo.

Es una novela de crecimiento (Bildungsroman) porque ante nuestros ojos y de la primera a la última página vemos como Scout y Jem, los dos hermanos que junto a su padre protagonizan esta historia, van descubriendo el mundo, creciendo, madurando y desarrollándose en él; es verdad que no es un Bildungsroman en estado puro, nuestros protagonistas nos pasan de la infancia a la edad adulta ante nuestros ojos, Scout empieza el colegio apenas cursa tres grados y su hermano pasa del colegio al instituto, es un lapso breve de tiempo para tratarse de un Bildungsroman pero la evolución de los personajes infantiles (juvenil en el caso de Jem) es tal que cabe considerar a esta novela como un Bildungsroman.

En lo que esta novela tiene de Bildungsroman cabe destacar también el papel del educador que no es el profesor sino el padre porque nos recuerda que no importa lo bueno o malo que sea el sistema educativo en el que caen irremediablemente nuestros hijos, no importa si van a una escuela pública, concertada o privada, importa mucho más la educación que reciben en casa, lo que oyen, lo que leen, lo que ven, lo que se les exige y lo que se les permite (o no).

Es un alegato contra el racismo y en defensa de una sociedad justa; esa defensa se hace por dos vías, por una parte a través del padre, Atticus, que de forma valiente y madura trata de poner su granito de arena para cambiar la cruda realidad de la época y por otra parte a través de Jem y Scout porque es a través de sus ojos como conocemos la historia y vemos como desde su inocencia e ingenuidad ven la realidad de un modo más justo y libre de prejuicios que los adultos que los rodean.

¿Llorar por qué? Llorar por el infeirno puro y simple en que unas personas hunden a otras… sin detenerse a pensarlo tan solo. Llorar por el infierno en que los hombres blancos hunden a los de color, sin pensar que también son personas.

Es una crítica social nos atreveríamos a decir que brutal porque si bien en la novela parece ser la justicia la que falla, es evidente que no se trata de un fallo del sistema: hay un juez justo, un abogado defensor que hace un gran trabajo, una realidad que se demuestra prácticamente incontestable… pero son los prejuicios sociales, las falsas verdades que solo por ser comúnmente aceptadas, se imponen. No falla el juez, no falla la ley, no falla el abogado, fallan las personas comunes, las que o bien se empeñan en vivir en una sociedad injusta solo porque ellos están en el lado de los beneficiados o bien porque no hacen nada para cambiarlo.

Todos estos aspectos que definen de algún modo esta novela acaban confluyendo en la mente del lector porque resulta imposible no preguntarse cómo sería la misma sociedad en la que sucede la historia si hubiera más Atticus Finch educando a más Scouts y más Jems… Este pensamiento sin duda puede llevarnos a la melancolía pero no deja abrir también una puerta a la esperanza porque si en aquella sociedad esencialmente racista podía haber un Attticus ¿por qué no más?.

En Matar a un Ruiseñor descubrimos la esencia de las sociedades sureñas y en ella las raices del racismo que destila todavía hoy una parte de la sociedad americana, descubrimos la miseria humana y también la bondad y descubrimos, por encima de todo, el verdadero significado de la valentía: uno es valiente cuando, sabiendo que ha perdido ya antes de empezar, empieza a pesar de todo y sigue hasta el final pase lo que pase. Unos vence raras veces, pero alguna vez vence.

Matar a un ruiseñor es una novela fácil de leer, una narración sin saltos ni tirabuzones, sin juegos de artificio ni alardes literarios, es una historia contada hecho a hecho, pensamiento a pensamiento, una novela de las que deja un poso que va incluso más allá de su valor literario que, ciertamente, es innegable.

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No hablamos de quienes tiene la insensata intención de cancelar a Harper Lee y su novela Matar a un Ruiseñor porque ya lo hicimos aquí y no queremos repetirnos ni dedicar un minuto más de los necesarios a ideas tan dañinas como esa.

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