Cuentos de La Alhambra y Granada en tiempos de Washington Irving.
Cuentos de La Alhambra es un libro fácil de leer y de disfrutar que te desvelará cómo somos los españoles a ojos de un americano… y la grandeza real y de leyenda de La Alhambra.
Cuentos de La Alhambra es un libro peculiar y no fácil de definir, tiene algo de libro de viajes y también algo de recopilación de leyendas populares, todo ello mezclado con maestría por Washington Irving, aliñado con su pasión por España y por su visión romántica de ella, entendiendo, eso sí, el romanticismo como un movimiento literario que se movía entre el amor y el terror, el misterio y lo inexplicable, ese romanticismo que legó al mundo personajes como Frankenstein o el propio jinete sin cabeza de Irving.
Irving no cuenta, ni deja de contar, su propopio peregrinaje por el sur de España, su relato no es un fiel libro de viajes ni un diario de a bordo pero sí está escrito por alguien que no sólo vivió ese viaje sino que vivió tres meses en la propia Alhambra, en contacto directo con la historia, con quienes vivía allí en aquel momento, con sus recuerdos de años pasados y con las leyendas que pasaban de boca en boca, de padres a hijos y nietos y que Irving estudió, ordenó e incluyó en sus Cuentos de la Alhambra.
Este libro es muy nuestro y es también muy americano porque si hay una tradición literaria que ha alcanzado, a fuerza de práctica, la maestría en el arte de los relatos cortos, esa es sin duda la norteamericana, daría para mucho que filosofar el hecho de que desde los primeros literatos americanos -Irving fue de hecho el primero con relevancia internacional y se le considera también mentor de Poe, maestro de maestros en el mundo de los cuentos- fueran los relatos cortos lo que más y mejor escribían, pero no nos perderemos por esos vericuetos sino que nos dedicaremos a disfrutar de los Cuentos de La Alhambra tal y como nos los cuenta el primer hispanista extranjero, el primer escritor norteamericano de relevancia, Washington Irving.
Estoy pisando una tierra encantada y me encuentro rodeado de románticos recuerdos. Desde que en mi lejana infancia, a orillas del Hudson, recorrí por primera vez las páginas de la vieja y caballeresca historia apócrifa de Ginés Pérez de Hita sobre las guerras civiles de Granada
Una de las cosas que descubrió Irving en sus años españoles es la magnífica diversidad cultural de nuestro país, no lo contó expresamente pero sí lo dejó reflejado en sus escritos, especialmente en los Cuentos de La Alhambra cuando dice que España no es como Italia sino que es muy diferente en sus zonas interiores y en sus costas, una diferencia que no es sólo paisajística sino que se define también por el carácter de sus gentes; Irving dice de los españoles cosas que a veces nos arrancan una sonrisa mientras en otras ocasiones nos hacen removernos en el sillón con cierta incomodidad; lo que no debemos olvidar nunca al leer a Irving es que estamos leyendo a un escritor americano procedente de una familia urbana y acomodada, un neoyorquino de origen escocés e inglés, dicho de otro modo, la sorpresa que genera en él el mundo rural español bien podría habérsela causado igualmente el mundo rural americano, lo que no hubiera sido igual es su idilio con ese mundo porque no fue el carácter español lo único que atrajo a Irving sino el exotismo de nuestra historia pasada (ya pasada en tiempos de Irving), una historia en la que lo árabe y lo cristiano cofluían de un modo que Irving veía con ojos de un romántico, de ahí que prestara más atención a las leyendas que a la tragedia de las guerras o a la realidad de la vida en los Reinos de Taifas.
Para él no hay desgracia; la soportan sus hombros sin encogerse, lo mismo que cuando cuelga de ellos la raída capa. El español es siempre un hidalgo, aun en hambre y en harapos.
Irving ya hablaba de la España vaciada en sus Cuentos de La Alhambra aunque no la llamaba así, era la España del Quijote, al que menta varias veces en su obra y al que rinde además un claro homenaje al llamar Sancho al escudero que acompaña, con el ánimo de cuidarlos y protegerlos, al peregrino que va de Sevilla a Granada para instalarse en La Alhambra que es, a un tiempo y a la vez, el protagonista de esta obra y el propio Irving junto a otro diplomático extranjero.
El bueno del diplomático extranjero fue llamado de regreso a Madrid poco tiempo después de la interesante visita que él mismo e Irving hicieron al gobernador de Granada que concluyo con ambos alojándose en la mismísima Alhambra; Irving se quedó entonces solo en Granada… ¿solo? a ratos, tal vez, a partir de ese momento del viaje y el relato Irving describe la Alhambra en la que vive, la que estudia en los documentos que leer en la Biblioteca de los Jesuitas y la que cuentan sus vecinos y acompañantes.
¡qué país es éste para el viajero, donde la más mísera posada está tan llena de aventuras como un castillo encantado y cada comida es en sí un logro!
Hay una cosa que es cierta y verdad y que tiene que ver con lo que algunos llaman la España inventada de Irving que no es más que su visión idílica de la España musulmana, el exotismo de lo árabe le puede a esta americano de alma hispana y eso es algo que conviene saber y aceptar antes de abrir el libro de los Cuentos de La Alhambra, algo que hay que hacer sin miedo porque ahí está la buena Dolores para poner el punto en la í y confirmar con desdén que los musulmanes encerraban a las mujeres mientas Irving miraba envelesado las celosías del palacio tras las que, se cuenta, mantuvieron los diferentes reyes moros de Granada sus respectivos harenes.
En esta historia, que es en cierto modo una compilación de historias unidas todas por un hispanista americano, La Alhambra actúa de corazón, de base del relato y a su alrededor éste crece a veces de forma desordenada; Irving nos habla de la arquitectura de La Alhambra y también de su historia, del rey moro que la proyectó al que la terminó e incluso de los Reyes Católicos a las afueras de la Granada de Boabdil organizando con Colón el viaje que sería, a la postre, el del Descubrimiento de América, porque desde una de las torres de La Alhambra se ve el lugar en el que se cree que se fraguó el acuerdo entre Colón y los Reyes Católicos; recorre cada rincón de esta maravilla del mundo y recopila su historia real y la inventada, sus leyendas, y nos las cuenta tamizada por la emoción de un romántico americano.
¡Cómo habría de serme posible vivir en el ruido y a confusión después de haber disfrutado de semajante vida de tranquilidad y ensueño! ¡Cómo podría sobrevivir en los lugares corientes tras la poesía de la Alhambra!
Dado que para nosotros la visión de Irving de los españoles no deja de ser más que una mera anécdota (los conocemos mejor que él…) y dado que algo hemos estudiado tanto de la arquitectura de La Alhambra como de su historia y de la de España entera (de ahí que nos atrevamos a corregir a Irving cuando habla de los conquistadores cristianos de Granada… los españoles conquistaron América, sí, pero no Granada, Granada, como el resto de territorios invadidos por los muslmanes en la Península Ibérica, la reconquistaron, es sólo un matiz, el matiz que da un prefijo pero que se nos antoja importante), lo que más nos interesa de los Cuentos de La Alhambra son sus personajes, deliciosamente descritos por la pluma costumbrista de Irving, y las leyendas, magníficamente contadas por el alma romántica de este escritor, es precisamente la confluencia de estos dos intereses lo que nos hace recomendar esta obra para su lectura, una lectura que resulta fácil, agradable, entretenida e interesante.